A estas alturas de mis treinta, más para allá
que para acá, es mucho lo que he oído decir acerca de la felicidad. Dicen que está
en el chocolate, en el abrazo, en el beso, el buen sexo, el buen vino, en los
encuentros con amigos y en el amor. Yo la encuentro también en la luz que
rebota en las hojas de los árboles, en la lucidez del día, en las formas con
que modelan mis ojos las nubes, en la risa de mis hijos, en mis lágrimas de vez
en cuando, en la cola de los perros que me saludan…. Es que la felicidad y yo
hicimos un convenio con el que yo salí ganando: ¡me contento con tan poco
esfuerzo que a veces me pregunto si es que tengo la autoestima baja! La
felicidad podría ser solo un símbolo y eso me explicaría por qué algunas nos
contentamos con lo necesario.
Lo cierto es que a lo largo de la vida he
cultivado esta actitud que me ha sido muy útil, no tengo que aspirar a lo que
me conmueve y disfruto, porque lo tengo sin tener que hacer ningún esfuerzo
para conseguirlo. Una de las bendiciones con las que me siento
significativamente honrada es por contar con ángeles dedicados al amor y a la
solidaridad, a hacer tareas que le dan más significado a lo que se supone que
es estar viva. Dentro de ese grupo de ángeles está Rosalba Hernández, destacada
artista plástica, quien dirige un espacio que siempre asocio a la felicidad: el
Laboratorio Evolutivo de Arte Contemporáneo, un lugar muy especial para mí por
dos razones que comparto en cofradía.
Este “laboratorio
de la felicidad” es un espacio único en la Zona Colonial, y puede que en todo el
país no exista otro espacio con ese concepto: es una galería de arte y un café-bar,
pero también se presta para facilitar talleres con espacios delimitados, llevar
a cabo encuentros literarios y todo tipo de actividad imaginable.
Aunque Rosalba tiene ya bastante méritos como
para quedarse pintando, ella no se conforma con orbitar sola en el mundo
cultural. Al contrario, anima el encuentro de distintas generaciones de
artistas y es especialmente solidaria con las causas más nobles. Han sido
muchos los fotógrafos, pintores, escritores y artistas de todas las áreas que
se han servido de este espacio sin que se les haya cobrado nunca un solo
centavo por llevar a cabo allí sus actividades. Yo incluida.
Lo cierto es que el Laboratorio Evolutivo de
Arte Contemporáneo no es un bar, ni una galería de arte, ni un centro de
reunión, es lo más parecido a un centro cultural que ofrece un programa
gratuito, continuo y producto del espíritu colaborativo de sus directores y la
comunidad artística nacional e internacional. Pues desde hace años es este el
punto de encuentro de artistas de distintas latitudes, generaciones y
especialidades.
La segunda razón que me explicaría la felicidad
que me produce pasar incluso por el frente del Laboratorio Evolutivo es el amor
natural de Rosalba y Mateo (su esposo) por todas las personas (artistas o
visitantes) que se acercan. Rosalba te traspasa su pasión por el arte y cuando
la visito suele darme un paseo por la galería y, sin darse cuenta, me hace
salir siendo más de lo que era cuando entré. Su integridad y natural vocación
para el servicio es una puerta que se abre de par en par para toda la comunidad
cultural dominicana.
En resumen, que quien quiera pasar un rato
feliz pase por el Laboratorio. Allí se confortará con la calidez de su
anfitriona, se conmoverá con las exposiciones de pintura o fotografía, se
endulzará la lengua y el corazón con un trago preparado con amor, se balanceará
con la exquisita selección de música y saldrá con una sonrisa que le ocupará
toooooooda la cara.
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