El
abuso infantil y la modernidad
En mi lectura matutina del periódico, tropecé antes de
ayer con un artículo sobre abusos sexuales cometidos a niñas, niños y
adolescentes que resaltaba en su titular la escandalosa suma de 238 condenados
por violación a menores en los últimos dos años (El Caribe, El País, p.12 d/f 18 de julio de 2013). Leí el artículo apreciando
que fue redactado desde el sentir. No es lo mismo anunciar que fue abusado un
menor, que explicar cómo el tío lo ataba y pegaba con un cable cuando el niño
se resistía al abuso sexual. La noticia empieza a ser recreada en el imaginario
del lector que acaba horrorizándose ante el hecho.
Desde hace tiempo esperaba por una redacción más
humana en los periódicos. Una noticia de ese tipo no puede estar lista con
dejar claro el qué, el dónde, el quién, el cómo y el cuándo. Con lo que no
quedé muy a gusto fue con las declaraciones del ex fiscal José Manuel Hernández
Peguero, quien acusa al “modernismo” de “distorsionar esa relación que
debe existir del padre al hijo” aludiendo al vínculo familiar que se
observa en la gran mayoría de los casos de abuso. También señala “la falta de
educación de los padres” y le carga la cuenta, como es atinado siempre decir,
al sistema educativo. Me pareció que promover este extracto de su razonamiento desinforma
a las personas.
El abuso sexual infantil ha existido desde siempre, no
es un tema con raíces en “la modernidad”, pero es la “modernidad” lo que ha
hecho posible que las denuncias trasciendan a los medios de comunicación y a
los tribunales. Antes, cuando las madres y padres confiaban más en los
familiares y compadres y vecinos, más sucedía. Y es, precisamente, gracias a “la
modernidad” y al cambio que se ha producido en el tipo de relación
madre-padre-hijo-hija que los afectados encuentran canales de comunicación para
denunciar el abuso. Hoy día, gracias a “la modernidad”, gracias a un nuevo
modelo de relación familiar más abierto y comunicativo, la niña violada, el
niño violado tiene la esperanza de encontrar quién le defienda.
Imagine usted una niña a quien su madre deje
diariamente bajo el cuidado de la esposa del violador. ¿Cómo se sentirá cada
mañana cuando su mamá la deje en ese sitio? Si la niña confía en su madre,
podrá contarle lo que le sucede. Si la madre no ha establecido una relación lo
suficientemente fuerte y sana como para que la niña afectada sienta seguridad
por encima de las amenazas y el terror que le ha sembrado su violador (amenaza
de muerte hacia su madre, por ejemplo) ¿cómo la niña será capaz de denunciarlo?
Simplemente no tendría las herramientas. Así se han hecho “dulces viejecitas”
muchas niñas abusadas, incluso la costumbre era obligarlas a casarse con el violador
para que él cargase con la
mercancía dañada. Dos chicas que pasaron por mi casa de adolescente,
desempeñándose como empleadas domésticas, estaban “casadas” con hombres que las
habían violado cuando ellas tenían doce y trece años. ¡Fuera bueno contar con
esta estadística!
Por mi tendencia natural a compartir con personas de
la tercera edad tuve oportunidad de enlazar amistad con muchas abuelas, incluso
cuando yo solo era una niña de seis; algunas me confesaron que sufrieron de
abuso sexual cuando eran niñas, pero en esa época jamás se denunciaba, e
incluso muchas madres lo encubrían porque también estaban sometidas a abuso psicológico,
económico y físico, sin oficio qué ejercer, además de que el divorcio estaba
muy mal visto. Todo eso al margen de destacar que los abusadores intimidan y
extorsionan llegando a manipular todas las situaciones a su conveniencia.
Consiento que la marcha arrítmica entre “la modernidad”
y “las necesidades de las familias” sí tiene su cuota de responsabilidad. Ahora
las madres delegamos el cuidado de los hijos y las hijas porque estamos
trabajando y necesitamos trabajar para producir lo que la familia necesita y
para desarrollar nuestras habilidades y dones. La culpa no es la falta de
educación de los padres y las madres o que tengamos que salir a trabajar. Es
muy simplón platearlo de ese modo. Este cambio de comportamiento en la familia
y la estructura misma, pone a los niños en una condición vulnerable porque
todavía el Estado ni las empresas privadas disponen de un sistema de centros de
cuidado suficientes que garanticen que todos los hijos de madres y padres
trabajadores estarán en un lugar seguro mientras estén en horario laborable. Consiento
también que urge un plan sistemático de orientación familiar y comunitaria que
llegue desde los lugares de trabajo, desde los distintos Ministerios (Salud, Educación,
Turismo, Interior y Policía…) pero que no pensemos que es un problema que se
resolverá con repartir brochures y ofrecer charlas. Es un tema que afecta todo
el sistema familiar y trae consecuencias psicológicas, afectivas, económicas…
El análisis sobre el tema de abuso infantil debe ser
más amplio y más profundo, debe ser tratado con una delicadeza extrema para
evitar hacer sentir culpables a las víctimas, cosa muy frecuente y que solo
ayuda a abrir más las heridas en las familias lastimadas. Por eso solo agregaré
que sería de mucha utilidad que las madres y los padres mantengamos una
vigilancia constante y una actitud alerta; que sí aprendamos estrategias para
protegerlos, que confiemos exclusivamente en nuestros ojos para velar por su
cuidado. Que les enseñemos a protestar, a razonar, a desobedecer, a expresar
sus sentimientos… Lo que más le agradezco a la modernidad no es a la tecnología sino
darme herramientas para enseñar a mis hijos a comunicarse sin miedo.
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