Saturday, July 20, 2013

El abuso infantil y la modernidad

En mi lectura matutina del periódico, tropecé antes de ayer con un artículo sobre abusos sexuales cometidos a niñas, niños y adolescentes que resaltaba en su titular la escandalosa suma de 238 condenados por violación a menores en los últimos dos años (El Caribe, El País, p.12 d/f 18 de julio de 2013). Leí el artículo apreciando que fue redactado desde el sentir. No es lo mismo anunciar que fue abusado un menor, que explicar cómo el tío lo ataba y pegaba con un cable cuando el niño se resistía al abuso sexual. La noticia empieza a ser recreada en el imaginario del lector que acaba horrorizándose ante el hecho.

Desde hace tiempo esperaba por una redacción más humana en los periódicos. Una noticia de ese tipo no puede estar lista con dejar claro el qué, el dónde, el quién, el cómo y el cuándo. Con lo que no quedé muy a gusto fue con las declaraciones del ex fiscal José Manuel Hernández Peguero, quien acusa al “modernismo”  de “distorsionar esa relación que debe existir del padre al hijo” aludiendo  al vínculo familiar que se observa en la gran mayoría de los casos de abuso. También señala “la falta de educación de los padres” y le carga la cuenta, como es atinado siempre decir, al sistema educativo. Me pareció que promover este extracto de su razonamiento desinforma a las personas.

El abuso sexual infantil ha existido desde siempre, no es un tema con raíces en “la modernidad”, pero es la “modernidad” lo que ha hecho posible que las denuncias trasciendan a los medios de comunicación y a los tribunales. Antes, cuando las madres y padres confiaban más en los familiares y compadres y vecinos, más sucedía. Y es, precisamente, gracias a “la modernidad” y al cambio que se ha producido en el tipo de relación madre-padre-hijo-hija que los afectados encuentran canales de comunicación para denunciar el abuso. Hoy día, gracias a “la modernidad”, gracias a un nuevo modelo de relación familiar más abierto y comunicativo, la niña violada, el niño violado tiene la esperanza de encontrar quién le defienda.

Imagine usted una niña a quien su madre deje diariamente bajo el cuidado de la esposa del violador. ¿Cómo se sentirá cada mañana cuando su mamá la deje en ese sitio? Si la niña confía en su madre, podrá contarle lo que le sucede. Si la madre no ha establecido una relación lo suficientemente fuerte y sana como para que la niña afectada sienta seguridad por encima de las amenazas y el terror que le ha sembrado su violador (amenaza de muerte hacia su madre, por ejemplo) ¿cómo la niña será capaz de denunciarlo? Simplemente no tendría las herramientas. Así se han hecho “dulces viejecitas” muchas niñas abusadas, incluso la costumbre era obligarlas a casarse con el violador para que él cargase con la mercancía dañada. Dos chicas que pasaron por mi casa de adolescente, desempeñándose como empleadas domésticas, estaban “casadas” con hombres que las habían violado cuando ellas tenían doce y trece años. ¡Fuera bueno contar con esta estadística!

Por mi tendencia natural a compartir con personas de la tercera edad tuve oportunidad de enlazar amistad con muchas abuelas, incluso cuando yo solo era una niña de seis; algunas me confesaron que sufrieron de abuso sexual cuando eran niñas, pero en esa época jamás se denunciaba, e incluso muchas madres lo encubrían porque también estaban sometidas a abuso psicológico, económico y físico, sin oficio qué ejercer, además de que el divorcio estaba muy mal visto. Todo eso al margen de destacar que los abusadores intimidan y extorsionan llegando a manipular todas las situaciones a su conveniencia.

Consiento que la marcha arrítmica entre “la modernidad” y “las necesidades de las familias” sí tiene su cuota de responsabilidad. Ahora las madres delegamos el cuidado de los hijos y las hijas porque estamos trabajando y necesitamos trabajar para producir lo que la familia necesita y para desarrollar nuestras habilidades y dones. La culpa no es la falta de educación de los padres y las madres o que tengamos que salir a trabajar. Es muy simplón platearlo de ese modo. Este cambio de comportamiento en la familia y la estructura misma, pone a los niños en una condición vulnerable porque todavía el Estado ni las empresas privadas disponen de un sistema de centros de cuidado suficientes que garanticen que todos los hijos de madres y padres trabajadores estarán en un lugar seguro mientras estén en horario laborable. Consiento también que urge un plan sistemático de orientación familiar y comunitaria que llegue desde los lugares de trabajo, desde los distintos Ministerios (Salud, Educación, Turismo, Interior y Policía…) pero que no pensemos que es un problema que se resolverá con repartir brochures y ofrecer charlas. Es un tema que afecta todo el sistema familiar y trae consecuencias psicológicas, afectivas, económicas…  


El análisis sobre el tema de abuso infantil debe ser más amplio y más profundo, debe ser tratado con una delicadeza extrema para evitar hacer sentir culpables a las víctimas, cosa muy frecuente y que solo ayuda a abrir más las heridas en las familias lastimadas. Por eso solo agregaré que sería de mucha utilidad que las madres y los padres mantengamos una vigilancia constante y una actitud alerta; que sí aprendamos estrategias para protegerlos, que confiemos exclusivamente en nuestros ojos para velar por su cuidado. Que les enseñemos a protestar, a razonar, a desobedecer, a expresar sus sentimientos… Lo que más le agradezco a la modernidad no es a la tecnología sino darme herramientas para enseñar a mis hijos a comunicarse sin miedo.

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