El pincel rompe el trazo, a veces,
y los ojos mojados de un color mestizo
y la paleta abatida que mezcla un pensamiento puro
con otro de un color más claro, pero igualmente muerto.
Afuera, otra ciudad con nombre propio,
es pintada sobre Santo Domingo,
-su majestuosidad irreproducible y transparente,
ha visto morir a todos los campesinos-.
Ha muerto tanto la ciudad en el retrato
que más vale la pena quedarse dormida
como los perros echados en las aceras,
como los vendedores de miseria ambulante,
como los niños que lavan su inocencia en los cristales
bajo señales rojas que parpadean por dentro.
Morel no podrá pintar más caras de honradez pálida
más miradas inocentemente pervertidas,
ni más colores alegres encenderán a las ancianas
que fuman sus pipas.
Ha muerto la ciudad en el retrato
y ya no hay casuchas de madera inclinadas pobremente
hacia el laberinto que lleva al libro Doce bocas por casa.
Los campesinos han muerto sobre la ciudad
y el narcoamor mina la calle y borra los puentes
que nos hacen solo parecidos al amor incendiario
de Sir Francis Drake.
La desventura y el hambre han derrumbado nuestras fortalezas
por eso Las Damas ya no cruza
como una señora arrastrando la virtud
con su vestido elegante de bordados húmedos,
ahora la ciudad nueva lleva un “baji-mama” para los extranjeros
así adorna los puentes que unen el hambre atroz del este y el oeste,
del sur petrificado en su espasmo polvoriento
y espera a que abran más fábricas de miseria impecable.
Ya la noticia no galopa,
no se guarece bajo las copas de los árboles,
es un mensaje relámpago que importuna el sueño
para hacernos saber que somos un trazo
-de tiza o de sangre- a medio camino.
Teresa,
somos el extravío de lo que fuimos:
la niña que todos los días se alimenta de espinas,
el niño que encontró un disparo en un vaso de leche,
la mujer muerta al lado de la infelicidad impune,
y un hombre con su futuro pedido y deportado.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment