Uso
pastillas desde que me duele el mundo.
Recurro
a ellas para dormir y despertar
a
todos los ojos que tienen la forma del sueño.
Algunas
mecen mi visión del día
y
su textura se condiciona al delirio.
Otras
me llevan por ese estado límbico
en
el que se deleita el sufrimiento.
A
todas muelo en un mortero de pérdida
todo
en el afán de sobrellevar la jornada
como
llevan los bueyes los dolores
que
padecen ingenuamente por lo bajo.
Como
ellos voy por el camino del látigo.
Y
a solas el frasco me comenta lo suyo
hace
un alto muy breve en la parte del miedo
menciona
el dolor entre sus preferencias íntimas
es
orgásmica su sensación cuando se acerca la mano.
¡Dios
bendiga las pastillas que tranquilizan la lengua!
¡Las
que son recordatorio de nuestra condición humana!
La
grajea es un hecho inspirado en una lágrima
un
argumento blando disuelto en nosotros.
No
intento agregar ya matices al tema
también
el vacío tiene formas oscuras:
bébalo
durante el tiempo que le reste de vida
tal
y como dicta la evolución médica.
¡Celebremos
pues esta era macabra!
¡Demos
gracias a Dios que nos da las pastillas!
¡Ellas
saben que siempre las reconocí como aliadas
por
eso mi niñez las ahogaba en todos los urinarios!
De
las fábulas aprendí que los círculos
[no
son solo círculos
y
ovalado es el hueco que mide la realidad.
Eso
explica que aún no sepa
con
qué objetivo despertaré mañana…
La
noche se come al día y viceversa
y
su mutua condición de bestia sin cuerpo
les deja una
apariencia de zona inhóspita.
Farah
Hallal